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Si usted ha tenido hijos a partir del año 2000 y vive en un país desarrollado, es muy probable que éstos lleguen a cumplir los 100 años y tengan más salud que las personas más mayores de las generaciones anteriores, según un reciente artículo de Lancet, una publicación del sector médico.
Las implicaciones son enormes en todas las áreas: para la planificación de la jubilación, los costes de salud, los nuevos modelos de trabajo y las estrategias innovadoras en el área de educación. Según dijo Olivia Mitchell, profesora del área de Seguros y Gestión de riesgo de Wharton: “Será una revolución demográfica incomparable a todo lo que hemos vivido antes”.
Si a esto le añadimos, que si los economistas tienen dificultad para prever cuánto será el PIB del cuarto trimestre, lo mismo les ocurrirá para predecir cómo será el mundo de aquí a algunas generaciones. Es evidente que esta última investigación crea desafíos inéditos para los gobiernos de todo el mundo. “Si las personas supieran que pueden vivir hasta los 100 años, tal vez organizarían su vida de otra manera”, observa James W. Vaupel, coautor del estudio de The Lancet y director-fundador del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica de Rostock, en Alemania. “Significa hacer cambios radicales en las políticas públicas”.
Un ritmo de vida diferente
De acuerdo con los investigadores de The Lancet, haber ganado cerca de 30 años en la esperanza de vida en Europa Occidental, EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda —y, sobre todo, en Japón, España e Italia— “llama la atención por el hecho de ser una de las mayores hazañas del siglo XX”. Además, la mayor parte de los bebés nacidos a partir del año 2000 en esos países “van a celebrar su cien cumpleaños si el actual crecimiento anual de la esperanza de vida continúa al mismo ritmo en el siglo XXI”. Así lo creen los autores: “El progreso continuo de las longevidad en las poblaciones indica que aún no estamos cerca del límite, y que es probable que haya un nuevo aumento en la esperanza de vida”.
¿Ya que las personas, en la próxima década, tendrán que seguir activas hasta los 70 o 80 años, qué tipo de ambiente podrán esperar? “La buena noticia es que el mundo laboral está cambiando por sí mismo” de forma que será más receptivo a los empleados más longevos o ancianos, dice Peter Cappelli, director del Centro de Recursos Humanos de Wharton [Center for Human Resources]. “Ya es más fácil trabajar a distancia, online [...] Las exigencias físicas de muchas actividades están disminuyendo, las obligaciones son de más corto plazo, las subcontrataciones de todo tipo son cada vez más frecuentes y hay un volumen mayor de trabajo que se ejecuta por contrato. Todo eso simplifica la entrada y salida de las personas del lugar de trabajo, por lo menos en principio [...] Resta saber en qué medida los responsables de compañías serán receptivos con los trabajadores más viejos y adoptarán horarios de trabajo más flexibles, supervisarán menos y delegarán más”.
Una posible dificultad dice es que los trabajadores más mayores, a medida que permanecen más tiempo en el trabajo, acaban siendo supervisados por gerentes más jóvenes, dice Cappelli. Además de cultivar “una cierta discriminación tácita contra los trabajadores más mayores, los jóvenes también se preocupan de la manera en que deben gestionar a quién tiene más experiencia que ellos. Se trata de un desafío que mucha gente no sabe cómo afrontar de forma intuitiva”. Vaupel coincide con este punto de vista, añadiendo que, a medida que las personas trabajan más años en su vida, pero menos horas por semana, el lugar de trabajo tendrá que volverse más agradable y más receptivo para los trabajadores más mayores. Eso se podrá lograr, por ejemplo, adecuando su deseo de trabajar fuera, o próximo, de casa, o eliminando posibles actitudes hostiles entre los trabajadores más jóvenes con los más viejos. Diversos estudios demostraron que “en algunos lugares, los más jóvenes intentan forzar la salida de los más viejos. Eso tiene que cambiar”, dice Vaupel.
Los autores del artículo de The Lancet —titulado “El envejecimiento de la población: Los desafíos a los que hay que enfrentarse”, bajo la dirección de Kaare Christensen, profesora del Centro Danés de Investigaciones sobre el Envejecimiento de la Universidad del Sur de Dinamarca— sugieren otro posible cambio en el ambiente de trabajo y en el estilo de las personas. “La introducción de mejoras relacionadas con la salud y en el funcionamiento del lugar de trabajo, así como el cambio de un trabajo que exige esfuerzo a otro que exige conocimiento, significa que un porcentaje creciente de personas en la franja de los 60 y de los 70 años es capaz de contribuir a la economía. Como muchas de esas personas prefieren trabajar a tiempo parcial, todo indica que actividades que requieren 15, 20 o 25 horas de trabajo deberán aumentar”.
Si las personas más mayores optan, cada vez más, por trabajar a tiempo parcial, surgirá un número mayor de oportunidades para el trabajo a tiempo parcial también para los jóvenes. El siglo XX, dice el artículo, fue “el siglo de la redistribución de la renta. El siglo XXI podrá ser el siglo de la redistribución del trabajo”, en que el empleo se repartirá “de forma más ecuánime entre las diversas capas de la población y a lo largo de las edades de la vida. Las personas podrían combinar trabajo, educación, ocio y la crianza de los hijos en diferentes proporciones en diferentes edades”.
Gabrielle Doblhammer-Reiter, directora ejecutiva del Centro de Estudios de Cambios Demográficos de Rostock, en Alemania, y coautora del artículo junto con Christensen, Vaupel y Ronald Rau, encara esa posible redistribución del trabajo como un resultado positivo. “¿Si las personas más viejas trabajan a tiempo parcial, por qué no los jóvenes?”, se pregunta. “Si eso ocurre, será bueno, porque actualmente buena parte de la jornada laboral coincide con aquellos momentos en que tenemos tantas otras responsabilidades como, por ejemplo, cuidar de la familia”. Para Nancy Rothbard, profesora de Gestión de Wharton, las empresas ya permiten que sus trabajadores reorganicen los diferentes aspectos de su trabajo en horarios más convenientes, tal vez concentrándose en tareas o especialidades que ya no exijan el mismo conocimiento que era necesario antes. Otra posibilidad es volver a la universidad para reciclarse. Es extremadamente importante mantenerse al día en las habilidades tecnológicas exigidas en el trabajo o en la profesión escogida. Los trabajadores más mayores, dice ella, “tienen una rica experiencia y un vasto conocimiento que impresiona y puede ser de gran utilidad. Todo eso debe ser equilibrado con la necesidad de mantenerse actualizado”.
Las previsiones sobre el futuro del lugar de trabajo dependen de cada país. “EEUU difiere de Japón y de Europa porque los americanos tienen una fuerza de trabajo bastante joven. Esto se debe, en parte, a las tasas elevadas de natalidad y al gran número de inmigrantes”, dice Vaupel. “Pero tanto en Europa como en Japón habrá una escasez real de trabajadores en las próximas décadas. Esto significa que las empresas intentarán mantener a las personas más mayores en su fuerza de trabajo e incentivarán a los jubilados a que vuelvan. Los gerentes ya comienzan a pensar en una manera de garantizar una nueva reeducación para los trabajadores de más edad”, de la misma forma en que los jóvenes reciben entrenamiento en el trabajo para ayudarlos a perfeccionar las habilidades ya existentes y a adquirir nuevas.
Mitchell va más lejos. “El verdadero desafío de llegar a los 100 años consiste en introducir, de manera sistemática, clases de finanzas en los programas de la escuela primaria y del bachillerato”, dice ella. “Es preciso que las personas razonen de manera diferente en relación a invertir en sí mismas, en su capital humano. Las personas tendrán que adquirir pronto un conjunto de habilidades que no sólo les permita conseguir el primer empleo o que las prepare para la profesión que deberán ejercer en los próximos 20 años, sino que también las ayude a encontrar diferentes carreras de 20 años de duración cada una a lo largo de la vida”. Eso va a exigir un enfoque muy diferente en la educación, añade Mitchell, de tal modo que “las personas vuelvan periódicamente a la escuela para aprender como seguir aprendiendo, en vez de que trabajen con un conocimiento congelado” en un punto determinado de sus vidas.
La mayor preocupación en relación a las nuevas proyecciones sobre la mortalidad es “la dificultad que tiene el trabajador medio en comprender lo mínimo de economía, y mucho más acerca de los riesgos propios de la longevidad. La esperanza de vida ahora es de cerca de 80 años, sin embargo, menos del 20% de la población americana en la franja de los 50 años siquiera intentó elaborar un plan de jubilación. Si sumáramos 20 años más a esos 80, veremos que las personas necesitan aprender mucho sobre ahorrar e invertir para la jubilación”.
Elevar o eliminar la edad de jubilación
Si las personas llegaran a los 100 años, ¿de qué forma afectará al sistema de jubilación y al seguro de salud hoy existente y cuyo objetivo es ayudar a las personas en las últimas décadas de sus vidas?
Actualmente, diferentes países tienen diferentes políticas de jubilación. En EEUU, no hay jubilación obligatoria, con excepción de ciertas categorías profesionales, como los pilotos de aerolíneas comerciales, algunos jueces y determinados sectores de la alta dirección. En realidad, en la mayor parte de los trabajos, es ilegal obligar a las personas a jubilarse. Sin embargo, diversas señales funcionan “de hecho” como inductores de la jubilación, dice Mitchell. Por el sistema de seguridad social americano, por ejemplo, la edad “normal” para que alguien se jubile está estipulada en 65 años (pudiendo llegar a 67). El uso oficial del término “normal” tiene como objetivo indicar la edad en que alguien comenzaba a recibir beneficios no reducidos, pero con el tiempo se convirtió en una edad de referencia automáticamente asociada al fin de los años de trabajo. Otro ejemplo de eso es el hecho de que el sistema permite actualmente que el individuo reclame la concesión de beneficios ya a los 62 años (aunque los pagos sean reducidos). “Mi preocupación es que la concesión de los beneficios de la Seguridad Social a los 62 años acabe estipulando esa edad como un objetivo que hay que cumplir. El hecho es que el americano, en general, solicita esos beneficios a los 62 años, aunque muchos se verían más beneficiados si los pidieran con más edad”.
Los próximos años, Mitchell dice que “la edad para la jubilación tendrá que subir considerablemente, hasta los 70 años o más, para financiar la generación del baby boom, a medida que ésta vaya envejeciendo”. Cuando la Seguridad Social entró en vigor, en los años 30, dice ella, “la expectativa de vida era bastante menor. En realidad, nuestro concepto de edad ‘normal’ para jubilarse se basa en el sistema alemán, que fijó la edad de 65 años para la jubilación, ya que la mitad de la población de la época jamás alcanzaba esa edad. Se trataba, por lo tanto, de un sistema de seguro social que funcionaba, pues cubría sólo aquellos que sobrepasaban el límite de esperanza de vida de entonces”. Con el tiempo, dice Mitchell, “en EEUU dejaron de pensar en la Seguridad Social como un sistema de seguro para la longevidad y empezaron a utilizarlo como un programa de transferencia, que remunera las personas para que no trabajen durante 30 o 40 años. Con el aumento de la esperanza de vida y la disminución del número de jóvenes que paga impuestos, se vuelve cada vez más caro sostener ese programa.
Si quisiéramos financiar periodos de vida más largos, tendremos que actuar de forma más inteligente, trabajar más tiempo, ahorrar más para la jubilación y reestructurar la Seguridad Social, tal y como era la intención del programa de seguro de longevidad”. La jubilación, añade Mitchell, “no será algo tan atractivo para las futuras generaciones como lo fue para la generación de nuestros padres”.
De acuerdo con Kent Smetters, profesor del sector de Seguros y Gestión de riesgo de Wharton, los depositarios de la Seguridad Social y de Medicare ya incorporaron el aumento de la longevidad en el plan de pagos a los ciudadanos de más edad. “La cuestión es saber si esa incorporación se está haciendo al suficiente nivel del aumento”. La longevidad es una variable importante, dice él, porque por la ley actual, “la edad para la jubilación no está vinculada automáticamente a los aumentos de la longevidad”. Esto significa que una fracción cada vez mayor de la población va a jubilarse si siguen viviendo más sin tener un aumento en la edad de jubilación. “A fin de cuentas, la edad normal para jubilarse tendrá que ser más proporcional a la mayor extensión de la vida, tal vez 70 o 75 años de aquí a algunas décadas. Esa franja de edad puede parecernos ridícula hoy en día, pero dejará de serlo de aquí a 20 o 30 años. Quién quiera jubilarse a los 62 años, podrá hacerlo, sin embargo los beneficios concedidos serán muy reducidos, ya que la edad normal para jubilarse será de 70 o 75 años”.
Para Smetters, el aumento de la esperanza de vida de las personas es “un desarrollo positivo, con tal de que nosotros, como nación, sepamos lidiar con la presión creciente sobre los programas de beneficios. Pero el debate persiste. La Comisión de Seguridad Social de 2001 se encontró con la oposición pública de los líderes laborales y de algunos empleadores en lo que concierne a la elevación de la edad para la jubilación. Pero en declaraciones privadas, la mayoría concuerda que tal medida tal vez se vuelva necesaria. Sólo hay que hacer las cuentas”.
En cuanto a Medicare, “mientras las personas vivan más, tanto más gravado estará Medicare”, dice Smetters añadiendo, sin embargo, que Medicare es más no-lineal que la Seguridad Social, que es un beneficio en dinero que sigue remunerando. En Medicare, la mayor parte de los costes de salud del individuo se concentra en los últimos dos o tres años de vida. Por lo tanto, “al empujar esa parte específica de los gastos al futuro, se ahorra en valor presente”. Sin embargo, otra parte del dinero también se gasta antes de los años finales de vida: por lo tanto, al aumentar ese número de años, se aumentan los gastos. “El efecto neto de eso será el aumento de los costes de Medicare, lo que es un problema enorme, ya que las deficiencias del sistema ya son muy elevadas y el programa no tiene la financiación que debería tener. La crisis de Medicare explotará mucho antes que la crisis de la Seguridad social”.
Mark V. Pauly, profesor de Gestión sanitaria de Wharton, también cree que los años de más aumentados a la esperanza de vida son, por norma, de mejor calidad, “tanto que el valor actual descontado del individuo en el gasto de Medicare no sube mucho cuando sumamos la esperanza de vida, ya que buena parte del aumento sobre los costes de salud ocurre en los últimos años de vida. Todos pasan por esos últimos años, los cuales, es evidente, sólo ocurren en el futuro”. No se trata de un escenario garantizado, añade, porque los gastos por el mantenimiento de la salud, en los cuáles las personas incurren a medida que envejecen, pueden imponer presiones adicionales al sistema que son difíciles de anticipar hoy en día.
“Medicare”, dice Pauly, “está en una situación tan desesperada que cualquier problema que surja de la mayor longevidad se vuelven mínimos”. El sistema no está mejorando, dice él en referencia a las propuestas de reforma de la salud del Congreso y del Gobierno Obama, las cuales, según Pauly, están tomando dinero que debería ser usado en Medicare. “Existen medios de atenuar el colapso de Medicare, sin embargo han sido secuestrados por la reforma del sistema de salud”, dice citando una propuesta específica de retirar dinero de los planes privados de Medicare para financiar el seguro de salud de personas con menos de 65 años. “Todos tenemos ideas de lo que hay que hacer para salvar Medicare, sin embargo nuestro arsenal relativamente modesto de herramientas está siendo usado para costear la reforma del sistema sanitario”.
El escenario de la jubilación es diferente en Europa, “donde las edades para la jubilación son más rígidas”, observa Doblhammer-Reiter. “La edad es de 65 años y, en muchos países, aumentará los próximos años hasta 67. El hecho es que las personas se jubilan actualmente poco después de los 60 años. Nadie trabaja hasta los 65”, señala, en parte porque los trabajadores más mayores son más caros y menos flexibles. Esto significa que en épocas de desempleo elevado, son despedidos con más frecuencia que otros grupos de edad. En Europa, añade, “los países con esperanzas de vida más elevadas adoptan una franja de edad más precoz para la jubilación. Italia es un ejemplo de eso. Se trata de una situación insostenible. El sistema de pensiones no se puede financiar si no se cambia. No hay otra salida que recortar la concesión de las pensiones o hacer que las personas se jubilen más tarde”.
¿Cuál debería ser la edad de jubilación de las generaciones que podrán vivir hasta los 100 años? “Depende de la ocupación”, observa Doblhammer-Reiter, “lo que significa que tal vez necesitemos edades flexibles para la jubilación. Yo soy profesora. En Italia, los profesores trabajan hasta los 75 años. En Alemania, la edad obligatoria para jubilarse es de 65 años, aunque para mis compañeros sea de 67 [...] Pero estoy segura de que podría continuar trabajando hasta los 70 o 75 años”. Varios países europeos analizan actualmente el fin de la jubilación basada en la edad, resalta Vaupel. “El año pasado, Dinamarca tomó esa medida [...] Existe un movimiento en el sentido de hacer las pensiones más justas: si usted trabaja más años, debe recibir una pensión mayor. Las personas podrán decidir cuándo desean jubilarse. Creo que muchas van a preferir trabajar más tiempo”.
¿Un número mayor de personas en busca de menos empleos?
Aunque el estudio de The Lancet no haya analizado el mundo en desarrollo —en parte debido a la dificultad de obtener informaciones consistentes sobre salud y envejecimiento— esos países también han experimentado un aumento en la esperanza de vida. China e India tienen poblaciones relativamente jóvenes, señal de que están dispuestos a comprar los activos de jubilación de inversores más viejos de los países desarrollados en el transcurso de las próximas décadas.
Si las personas están viviendo más y disfrutan de más salud, y si prefieren trabajar por más tiempo, ¿habrá empleo suficiente para mantenerlas empleadas? “Nadie sabe”, dice Mitchell. “Lo que podemos hacer es analizar varios países con nivel de envejecimiento más rápido que el de EEUU, como Japón y Singapur. Sabemos que hay mucha presión sobre los empleadores para que introduzcan acuerdos de trabajo más flexibles, de modo que las personas puedan compartir el empleo que tienen. En Japón, la jubilación es obligatoria —generalmente a los 60 o 65 años—, sin embargo el individuo puede trabajar hasta el viernes, jubilarse, y volver el lunes a la misma empresa en una nueva posición ganando mitad de lo que ganaba antes. Por lo tanto, el salario que recibía y sus responsabilidades en el trabajo son renegociadas, lo que confiere al trabajador un papel muy diferente en la empresa. Él puede actuar como mentor o consultor, lo que le permite usar el conocimiento y la sabiduría que los trabajadores más mayores pueden ofrecer. Pero permite también a la nueva generación encontrar empleo y aprender a trabajar”.
De acuerdo con Andy Abel, profesor de Finanzas de Wharton, tres datos básicos determinan el número de personas en edad de trabajo: “En primer lugar, el número de nacimientos registrados en los últimos 20 años, que indica cuántos individuos de 20 años hay en la fuerza de trabajo; en segundo lugar, inmigración, tanto legal como ilegal, entre los grupos de todas las franjas de edad; y, en tercer lugar, las tasas de mortalidad”.
Puesto que el estudio de The Lancet muestra una reducción significativa en la tasa de mortalidad de las personas más viejas, ¿esto significa que un número mayor de personas va a trabajar más y buscar menos empleos disponibles? “No necesariamente”, dice Abel. “Ahí entra la macroeconomía: hay más personas por ahí exigiendo mayor atención a la salud, más centros recreativos y otros tipos de bienes y servicios. Por lo tanto, uno no se debe imaginar que haya un número fijo de empleos. La demanda generalizada de bienes va a aumentar, lo que ayudará a crear una demanda de empleos. El impacto sobre el salario dependerá de lo que subirá más: la oferta o la demanda de mano de obra”.
Smetters observa dos efectos en lo referente al crecimiento del empleo. “A medida que las personas viven más y se mantienen productivas, ellas simplemente extenderán los años de trabajo. Si un día nuestra expectativa de vida es de 150 años, está claro que nadie va a jubilarse a los 65 años. En segundo lugar, es verdad que si hubiera mucha gente compitiendo por los mismos empleos, los empleos se crearán simplemente porque hay una fuerza de trabajo experta y probablemente barata”. Si toda esa gente estuviera buscando empleo, eso puede también significar que los salarios serán más bajos: “No todos, sin embargo, estarán trabajando por dinero”, observa, añadiendo que personas más mayores volverán nuevamente a la fuerza de trabajo en busca de una vida social y para mantenerse activas”.
Mientras tanto, en Europa, a diferencia de EEUU, habrá un declive en la fuerza de trabajo. “En otras palabras, habrá empleos disponibles”, observa Doblhammer-Reiter. “Será preciso encontrar recursos. Las personas más mayores son un recurso disponible; otro recurso son las mujeres. En muchos países de Europa, las mujeres no trabajan cuando tienen familia. Un tercer recurso son los inmigrantes. Pero en vista de la discusión política en los países europeos, creo que será menos controvertida” la entrada en el mercado de trabajadores más viejos y mujeres que de inmigrantes. Vaupel cita otras diferencias entre EEUU y otros países. La tasa de natalidad en EEUU fue mucho más alta en las décadas anteriores que la tasa registrada en Japón y en Europa, dice él. Además de eso, el país tuvo un flujo mucho mayor de inmigrantes sumado a la poca “emigración”. Las personas que llegan a EEUU suelen hacerlo cuando aún están en edad de trabajo, lo que aumenta la oferta de mano de obra disponible. Otro detalle es que esos trabajadores, por norma, tienen buena preparación escolar.
Un nuevo enfoque holístico de la salud
Los investigadores de The Lancet analizaron también diversos estudios enfocados en las tendencias de salud entre las poblaciones más mayores. Del lado positivo, por ejemplo, “ha habido un rápido adelanto en la reducción de infartos y otras enfermedades cardiovasculares. Ha habido algún adelanto en el combate del cáncer, aunque lento, y hay indicaciones de que estamos comenzando a entender mejor el mal de Alzheimer”, dice. Doblhammer-Reiter cita también los avances en la tecnología médica y los cambios de estilo de vida —las personas son más activas y contrarias al tabaquismo— como señales positivas.
Lo que no está mejorando es la perspectiva de la obesidad y de la diabetes. “Son cosas que parecen estar empeorando en vez de mejorar con el tiempo, dice Doblhammer-Reiter. Los investigadores observan en el artículo que “la obesidad es un factor de riesgo ampliamente discutido que amenaza el adelanto de la salud y que viene aumentando en casi todas las poblaciones [...] La obesidad está relacionada con diversos problemas graves de salud, como el mayor riesgo de diabetes, artritis y derrame”. Mientras tanto, el número de casos de diabetes se duplicará en el mundo debido al envejecimiento de la población. La mayor parte de los casos tendrá lugar entre personas con 65 años o más.
El estudio también analiza los datos disponibles sobre discapacidades, movilidad, problemas de audición y otras enfermedades relacionadas con la edad, sin embargo destaca que “poco se sabe de las tendencias de la función cognitiva y demencia”, una área que Vaupel, entre otros, cree que se beneficiaría mucho de otras investigaciones. “Hay fuertes indicios de que estamos viviendo más tiempo y de forma más saludable en lo que se refiere a la función física, sin embargo los indicios son más controvertidos en lo referente a la función cognitiva”, explica. Son necesarios otros estudios para que se pueda descubrir “lo que las personas pueden hacer para mantener sus funciones cognitivas saludables a medida que envejecen”. Vaupel advierte también sobre la necesidad de más medicamentos geriátricos. “El sistema actual está organizado en torno a especialistas —cáncer, corazón, cerebro etc. —, sin embargo las personas de más edad, incluso aquellas relativamente saludables, padecen, en general, problemas diferentes. En el plan de las políticas públicas, es preciso que haya una mejor coordinación para garantizar que los médicos no estén recetando medicamentos que interfieran entre ellos. Tenemos que comenzar a tratar a las personas de forma holística.
Según Mitchell, “a los economistas les gusta decir que la salud es un componente de nuestro capital humano, que es la fuente de nuestra fuerza y versatilidad en relación al futuro”. No se trata “sólo de sentirse bien en la juventud o en la edad adulta, y sí de invertir en buena salud a lo largo de toda la vida, de modo que la persona se sienta bien también a los 100 años”. Mitchell y otros concluyeron recientemente un “Estudio sobre salud y jubilación” en que analizaron, en parte, las actitudes de personas con 50 años o más actualmente, en comparación con personas de 50 años o más hace 12 años. “Constatamos un gran cambio entre los dos grupos: los actuales baby boomers esperan una carrera más compleja en la segunda mitad de la vida. Muchos de ellos creen que continuarán trabajando de algún modo, tal vez no en el mismo empleo, posiblemente como consultores o abrirán un negocio propio —eso fue antes de la crisis financiera—, o utilizarán más tiempo para involucrarse en proyectos voluntarios. Hay que esperar que esa tendencia persista a medida que las personas vayan jubilándose cada vez más tarde”.