Morir de frío
Cuando encontraron los cuerpos de Juanito y Marucha, congelados en una cumbre del altiplano boliviano, fue imposible separarlos. Estaban abrazados intentando darse mutuamente un poco de calor. Calor de hermanos que les fue esquivo. Entonces decidieron enterrarlos juntos. Y las mujeres de los mineros, que nunca lloran, lloraron. También abrazaron a sus hijos, sin que estos sepan qué es lo que estaba pasando. Ese es, detalles más, detalles menos, el penoso desenlace del cuento Tempestad en la cordillera, de Wálter Guevara (Cochabamba 1916).
La narración, que transita entre lo certero, lo crudo y lo desconcertante, es una muestra de lo que viven las poblaciones pobres de comunidades alto andinas no solo de nuestro país, sino de muchos con los que compartimos la cordillera. Los niños, en el caso del cuento, no tenían más de cinco años y fueron hijos de campesinos obligados a ser mineros, porque sembrar la tierra, simplemente, no les daba para vivir. Más real que ficción. Cosas parecidas, y más crueles aún, suceden en la realidad y año tras año, la cantidad de niños que mueren de frío, forma parte del paisaje natural que nos acompaña cada invierno.
En lo que va del año, según el MINSA, han muerto 433 personas por la ola de frío que se vive en muchas zonas del país. Departamentos del sur y sureste del Perú, como Arequipa, Puno, Huancavelica y Cusco, son los más afectados. En muchas de esas zonas, donde se superan los 3 mil 500 metros de altitud, las temperaturas descienden hasta 15 grados Celsius bajo cero, lo que ocasiona que los casos de infecciones respiratorias agudas (IRAS) se multipliquen por miles. No hay que ser un experto para afirmar que se incrementarán las víctimas, y que al año la historia se repetirá, porque somos un país que parece que no le gusta aprender de sus errores.
Al frío, hay que sumarle el problema de la desnutrición. Pobladores con hambre son pobladores con defensas bajas, con dificultad para contrarrestar cualquier enfermedad, que provocan muertes que deberían desterrarse de una vez en el Perú. Si ocurre esto, ¿por qué el gobierno sigue con la cantaleta de que "el Perú avanza"?
Morirse de frío. ¿Desidia del Estado? ¿Ineptitud? ¿Indiferencia? o una mezcla de estos y otros factores. Recordemos que luego de darse a conocer el número de víctimas según el informe final de la CVR que estudió el conflicto armado interno que vivimos en el Perú, Jorge Bruce, destacado psicoanalista, mencionó que quizás, hay en el inconsciente del Perú oficial un deseo oculto de que las víctimas, que en su mayoría fueron pobres, y de una lengua diferente al castellano, mueran. Así de sencillo. Un deseo de desaparecer a "la mancha india", que es, para muchos, producto de nuestras taras nacionales. Una idea que devela lo perverso que es el inconsciente y que parece reafirmarse cuando nos enteramos de muertes perfectamente evitables.
Cuando leí el cuento de Walter Guevara, me encontraba en una comunidad andina, por encima de los 3 mil 800 metros de altitud, que recientemente contaba con luz eléctrica. Era tarde y mi cuerpo estaba envuelto en un sleeping, este a su vez era cubierto por frazadas y mi cabeza protegida por un chullo lanoso. Estar tan abrigado me dio vergüenza y nunca más volví a decir que estoy muriendo de frío, de amor, o de pena; porque, para nosotros, acostumbrados a una frazada caliente, y a un café para calentarnos, casi siempre, sino todas las veces, la afirmación será falsa. Coloquial pero falsa. Porque morirse de frío es, o debe ser, otra cosa.
No es posible publicar una antología de la literatura boliviana sin el cuento de Wáter Guevara. También, por si les interesa, gracias al dios Google, pueden encontrar el cuento en diversas páginas Web.
http://www.losandes.com.pe/Sociedad/20090809/25534.html
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