miércoles, 4 de abril de 2012

NI QUE FUERAMOS ABOGADOS


Contadores de visitas

Ni que fuéramos abogados


por LORENZO SILVA *





Es uno de los momentos más inolvidables de la primera parte de 'El Padrino', un trozo de diálogo escrito hace más de 40 años y que sin embargo reluce como si acabara de pasar de la mente al papel. El capo Barzini, que negocia con sus pares, incluido Vito Corleone, un armisticio que todos (Barzini y Corleone los primeros) saben que no respetarán, les dice: «Look, we are all reasonable men here; we don’t have to give assurances as if we were lawyers». O lo que es lo mismo: «Miren, todos los que estamos aquí somos hombres razonables; no tenemos que dar garantías, como si fuéramos abogados». Parece un chiste. No lo es.

Todos ellos son, en efecto, hombres razonables que no dan garantías, y que aceptan que no se las den, porque saben que llegado el momento sus asuntos se dirimirán de la forma más clara y definitiva, la que ahorra todas las negociaciones y les exime de perder el tiempo creyendo en la buena fe de nadie: por la fuerza, que es la que hace que prevalezcan unos y perezcan otros, al margen de la razón que le asista o le deje de asistir a cada cual. Eso que tratan de encubrir los abogados con sus contratos y sus leyes y sus costosas facturas, tan prescindibles y aun repugnantes para los hombres de honor.

La grandeza de la trilogía de Coppola está en mostrar en toda su desnudez, a través de la saga de un clan mafioso italoamericano, cómo al final, en los asuntos humanos, casi todo es cuestión de interés y poder. Nadie, o casi nadie, obra de otro modo que para procurar o preservar lo que le interesa; nadie, o casi nadie, sale adelante en el conflicto que la búsqueda de intereses contrapuestos hace inevitable, sino acertando a ser más brutal y más astuto que el que tiene enfrente.

Tan inexorable es esta partida que el pobre Michael Corleone, verdadera columna vertebral de la serie, se la pasa entera tratando de conectar con lo mejor y más noble que tiene dentro para, una y otra vez, ver cómo se impone su ser más oscuro. El que lo convierte en pistolero en la primera parte, en fratricida en la segunda y en fallido magnate de los negocios legales que retorna al hampa y la carnicería (delegada en los más jóvenes por falta ya de empuje propio) en la tercera.

Puede pensarse que la trilogía de Coppola transmite una visión, más que pesimista, fatalista del alma humana. Y en cierto modo así es: dondequiera que no llegue la justicia, dondequiera que no se cultive la difícil (y para muchos innecesaria) solidaridad entre las personas. Los Corleone, en el fondo, son víctimas del círculo de opresión, iniquidad y miseria moral del que no logran salir en el largo periplo desde su pueblecito siciliano hasta la opulencia neoyorquina y casi planetaria. Vito hereda, y transmite, el miedo y el odio al amo sin escrúpulos, que no deja más salida que someterse a él y recibir su salario y sus latigazos, según sople el aire, o tratar de convertirse en otro amo sin escrúpulos que pueda plantar cara a quien quiera someterle. En este arte se doctora en el suburbio neoyorquino que lo acoge como inmigrante, así vive su vida y ésa es la escuela en la que adoctrina a sus descendientes.

Pero ante todo, 'El Padrino', en sus tres partes, es una película, y sufre, significativamente, los avatares que le impone su condición. Y es que en el cine nadie, para bien y para mal, es más que el actor que le da vida. Vuela a gran altura en la primera parte, donde Michael Corleone (o mejor digamos Al Pacino) se apoya en el carisma de ese Vito Corleone al que traspasa su tenebrosa apostura Marlon Brando. Alcanza cotas sublimes en la segunda parte, por la fuerza superior de su argumento pero también por su diálogo a través del tiempo con ese taciturno y remoto Robert de Niro que encarna a la perfección la pulsión de supervivencia y venganza del joven Vito. Y se hunde a plomo (aun permaneciendo muy por encima del promedio, para eso está Coppola tras la cámara) en la tercera, donde la oscura magia de los Corleone se disuelve en la estolidez de Vincent Corleone (Andy García) y la inexpresividad de la hija de Michael (la por lo demás notable realizadora Sofia Coppola).

Este pequeño desfallecimiento final no le resta, empero, lustre a la trilogía. Vuelvan a verla, y volverá a estremecerles, si la vieron antes, o les sacudirá, si es la primera vez. Se lo dice uno que acaba de hacer el ejercicio, y que a su luz (pese a llevar un carné de abogado en la cartera, o quizá justamente por eso) relee de otro modo lo que estamos viviendo ahora mismo. Suscitar eso es privilegio reservado a los clásicos.

* LORENZO SILVA es escritor, premio Nadal en el año 2000 ('El alquimista impaciente') y padre de Bevilacqua y Chamorro, la pareja de guardias civiles más famosa de la Literatura española. 'Niños feroces' (2011) es su última novela.

No hay comentarios: