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Lucía Méndez en El Mundo, 18.04.09 Kevin Bacon es el protagonista de una película emitida por la HBO que ha hecho llorar a las piedras en Estados Unidos. Se titula Taking Chance y relata el último viaje del soldado Chance Phelps, de 19 años, desde Irak donde lo mataron hasta su casa en un pueblo de Wyoming. Basada en hechos reales, Bacon encarna al teniente coronel del Cuerpo de Marines Michael Stroble, que se presenta voluntario para escoltar el cadáver del joven Chance y entregarlo a su familia. El viaje empieza en la base de Dover, el tanatorio del Ejército estadounidense, donde los restos de Chance son preparados para que sus padres lo puedan ver impecablemente vestido de uniforme y con sus condecoraciones, aunque sea muerto. Hasta sus uñas son lavadas y limadas. Al cadáver se le asigna un código de barras para que no quepa duda de quién es. En la base de Dover todos los caídos -aunque estén descuartizados o quemados- son identificados y la mayoría reconstruidos. El teniente coronel Stroble recoge la caja con los restos de Chance y no se separa de él ni un solo instante durante los días y las noches que dura el viaje. Duerme con él en los hangares y cada vez que la caja sube o baja de un avión o de un coche, el teniente coronel se cuadra y los saluda.Todas las personas con las que se cruza rinden honores cuando se dan cuenta de que el hombre de uniforme está llevando a cabo una de las misiones de los marines: «Cuando uno cae, otro le lleva a casa». Impresiona la actitud de los empleados de los aeropuertos saludando en silencio al cadáver y la de los automovilistas que encienden las luces y marchan en caravana cuando se dan cuenta de que en el coche viaja un soldado muerto. Pero lo que de verdad estremece es el rostro de Kevin Bacon que sostiene toda la cinta. Es la cara -solemne, triste, reflexiva, inteligente- de quien considera que esta misión de escolta final es la más importante, la más honorable, la más digna y la más trascendental de su brillante carrera militar. El ritual del honor tiene la cara de Bacon cuando saluda llevando su mano con guante blanco a la gorra, con el pecho lleno de medallas y los ojos brillantes y apenados mirando al infinito. Todos los militares estadounidenses muertos tienen su escolta. El general Navarro, el ex ministro Trillo, el ex presidente Aznar y los demás militares que participaron en la repatriación de los cadáveres del Yak-42 deberían ver la película. A ver si se les cae la cara de vergüenza. Lo que estamos oyendo en el juicio de la Audiencia Nacional revela un comportamiento infame e indigno con los muertos y sus familias. Puede que las elecciones depuraran la responsabilidad política de los que mandaban entonces. Pero la responsabilidad moral les escoltará hasta el fin de sus días.
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