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¡Lejos de Haití, cerca de Chile!
Javier Portocarrero Maisch (*)
Hace un año, el 12 de enero del 2010, Haití sufrió un terremoto de 7.0 grados Richter, con un saldo de 223 mil muertos. Poco después, el 27 de febrero, Chile experimentó un terremoto de 8.8 grados, uno de los cinco más fuertes registrados en el planeta, pero esta vez fallecieron 521 personas. El PBI de Chile creció el año pasado un 5.3%, mientras el de Haití cayó en 7%. La moraleja es conocida: a mayor subdesarrollo, mayor es la tragedia humana o económica que resulta de un mismo nivel de desastre natural.
Por supuesto, el desarrollo institucional y la cultura de la prevención también juegan un papel clave. Chile maneja mejor sus contingencias de lo que uno esperaría considerando solo su PBI por habitante, mientras en Haití sucede exactamente lo inverso, en medio de un país institucionalmente desgarrado. En el norte, una nación rica y previsora, como los Estados Unidos, nos mostró el triste espectáculo de una agencia federal de gestión de emergencias (FEMA) con respuesta paquidérmica frente a un huracán Katrina que segó la vida de cerca de 2 mil estadounidenses en agosto del 2005. En contraste, Cuba, país mucho más pobre, suele gestionar mejor los riesgos naturales.
En el Perú, los aspectos institucional y de prevención juegan en contra nuestra. Basta con recordar el terremoto de 7.8 grados el 31 de mayo de 1970 en Huaraz, el mismo que nos dejó un saldo de más de 70 mil fallecidos. Cuatro décadas después de nuestra peor tragedia, nos damos cuenta de la lentitud con la que estamos avanzado en la gestión de los desastres. Hoy, transcurridos más de tres años de la desgracia del sur chico (Pisco, 15 de agosto del 2007), el progreso de la reconstrucción nos avergüenza y nos ofrece un testimonio desgarrador de la escasa capacidad ejecutiva de nuestro Estado. Sobre todo, si consideramos que hemos vivido un prolongado auge económico y un boom en nuestras arcas fiscales.
Sabemos que un terremoto de grado 8 en Lima sería devastador. Los muertos podrían sumar decenas de miles en el Rímac, los Barrios Altos, el Cercado, el Callao y los conos. El ingeniero Kuroiwa y otros expertos nos han ilustrado acerca de los riesgos, pero la demanda de prevención de desastres es parecida a la de salud. Mientras no nos enfermamos, somos reacios a gastar en chequeos o seguros. La vida sana es para mañana, y hoy es el turno de la vida loca. Cuando llega el cáncer es ya demasiado tarde. En estas épocas de contienda electoral, nuestros líderes políticos deberían involucrarse más en la prédica de la prevención.
(*): Economista CIES, opinión personal.
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