martes, 1 de marzo de 2011

Mi hermano se sacrifico por las libertades de sus hijas


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El ataque suicida de Mehdi Mohamed al cuartel de Bengasi abrió la revolución

Domingo, 20 de febrero. Tres y media de la tarde. Mehdi Mohamed carga dos bombonas de gas en la parte trasera de su Kia último modelo, recita brevemente el Corán, reclina su asiento y coloca la palanca del cambio automático en la posición D. El vehículo sale disparado hacia la puerta principal de la fortaleza del líder Gadafi en pleno centro de Bengasi. Los vigilantes abren fuego con artillería pesada, pero el Kia de color negro logra atravesar la primera puerta. Pocos metros después el vehículo explota. En unos instantes la masa aprovecha esa primera fisura en la defensa de la fortaleza para acceder el recinto y comenzar una batalla cuerpo a cuerpo que termina con la caída del principal símbolo del régimen en Bengasi, el inicio del fin del régimen en el este del país.


Abubaker recuerda la proeza de su hermano con lágrimas en los ojos. «Es el gran mártir de esta revolución, la persona que hizo despertar el sentimiento de rebelión en el corazón de todo un país harto de la dictadura», recuerda sin soltar la imagen de Mehdi que estos días se puede ver en las paredes de toda la ciudad.

Sentado a las puertas del domicilio familiar cumple con el obligado duelo en el que le acompañan familiares y gente de todo el este del país que quieren mostrar sus respetos al héroe de la calle Hailengi. Como Túnez tuvo a Mohamed Bouazizi —el joven vendedor de fruta que se inmoló en la localidad sureña de Sidi Bouzid ante la sede de la gobernación— y Egipto al bloguero Khaled Said —asesinado a palos por la policía en Alejandría—, Libia encontró en este padre de familia la chispa de la revolución que mantiene contra las cuerdas a Gadafi.

«Era una persona de lo más normal, nunca causó problemas a nadie», recuerda uno de sus tíos. Mehdi Mohamed tenía 49 años y trabajaba en una empresa petrolera desde hace 25. Se ocupaba del almacén y vivía volcado en su familia, en su mujer Samira y sus dos hijas Zahur y Sajda, que son estudiantes.

Los dos hermanos se vieron por última vez la tarde del sábado cuando tomaron parte en uno de los funerales colectivos en honor a las víctimas de la represión. «Fuimos caminando de la Corte Suprema al cementerio, pero al pasar frente a la fortaleza de Gadafi sus hombres abrieron fuego de forma indiscriminada, había muertos y heridos por todas partes». Al día siguiente, sin contar nada a nadie, Mehdi acudió en solitario a la marcha funeraria del domingo. En vez de caminar, decidió cubrir el recorrido hasta el cementerio en su coche nuevo y cuando empezaron otra vez los disparos lanzó su ataque suicida.

«No estaba metido en política, ni tampoco era muy religioso. Yo creo que simplemente no pudo más con la injusticia que se estaba cometiendo y decidió sacrificarse por todos nosotros y por la libertad futura de sus hijas», piensa uno de los vecinos mientras envía a través del Bluetooth de su móvil la foto de Mehdi a unos recién llegados. Su foto en vida, serio y con unas grandes gafas, y también los restos carbonizados del mártir. Sirven café y agua y el grupo se recoge bajo una tejavana para no mojarse con la lluvia que estos días refresca la costa libia. El Kia es ahora un amasijo de hierros que se ha convertido en lugar de culto.

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